Todos los otoños llega Murakami a los escaparates de las
librerías. La caída de las hojas de los árboles se hace metáfora, o se
materializa, o alcanza su mejor imagen en las novedades de las editoriales.
Pero lo de Murakami ya se ha convertido últimamente en una nueva estación que
sus lectores esperamos impacientes.
Pimball 1973, que no había sido traducida al
español, se asoma este mes de octubre, unos días antes de fallarse el Premio
Nobel, un año que el autor no tiene nuevo libro, a nuestras librerías (las que
todavía no han cerrado). Se trata de dos novelas breves, las primeras obras del
autor japonés, sí conocidas en el mercado anglosajón, además del de su propio
país. Suena un poco todo a operación de marketing: a ver si los
murakamistas (o murakamianos) nos retratamos ante las cajas registradoras. Y
seguramente eso sea, pero el lector va a encontrarse con una descomunal
sorpresa al llegar a Pimball 1973.
Escucha la canción del viento tiene el valor
documental de ser la primera obra de Haruki Murakami. Él nos desvela en el
sabroso prólogo a esta edición cómo escribió su primera tentativa de novela en
inglés, idioma que no dominaba suficientemente, y luego tradujo al japonés
aquellas frases escuetas y de sintaxis envarada. Pero Pimball 1973, si
nos dijeran que era la última creación de su autor nos lo hubiéramos creído a
pies juntillas.
Es magnífica, con toda la magia de sus grandes novelas.
Incluso algunos detalles nos harían jurar que ha sido escrita ayer
(conversación sobre hardware y software con un empleado de la
compañía telefónica). Pero ayer, desde aquella consecución juvenil de gran
maestro, es hoy y para nuestro deleite de lectores, siempre.
¡Ah! Y el ángel que hay en todas sus novelas, en este
caso son dos: ¡gemelas!
Eduardo Fraile
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