Palabras como el aparador, la
consola
(nosotros decíamos la cónsola,
la ménsula
del pasillo, sin consuelo, allí
sola
sin alcanzar el espejo, sin
poderse mirar,
soportando las guías de Madrid,
sobre las que yo me sentaba
a la mesa del comedor…),
palabras
de Madrid, con olor a túneles
del Metro y a las hogueras permanentes
de los gitanos de San Blas.
Palabras como párvulo,
golosinas, avión a reacción,
ultramarinos,
fabiolas y pistolas, para llamar
a las barras de pan
y de riche, el yelero, el
trapero…
Palabras con sabor a Madrid
como Vicálvaro,
Orcasitas, Aluche, Legazpi,
Carabanchel,
que nombraban los límites del
mundo, más allá de los cuales
estaba Valladolid…
Porque Valladolid iba a ser el
lugar donde iríamos
a vivir tras acabarse aquel
verano
infinito de nuestra niñez…
Eduardo Fraile
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