Brisbane, 10 de enero del año
2015. Ana Ivanovic/
María Sharapova. La belleza, la
gracia
derrochándose, derramándose
a raquetazos de seda,
diagonales olímpicas
y aperturas luminosas. La
elegancia suprema
que prevalece con serenidad en
medio del esfuerzo
y de la tensión máximas. Pero
Ana sonríe.
Se diría, incluso, que restando
importancia,
sirviendo ―exhibiéndose― con un
poco de ironía
entre las líneas de tiza de la
pista de tenis.
Azucena, que juega al tenis, era el título de la primera novela
de Manuel Hidalgo. Ana, que
juega al tenis,
que perderá seguramente este
partido ―me he arrojado a la calle en la mitad
del tercer set―, ha
ganado el torneo
de la inolvidabilidad,
podríamos decir, de la presencia
casi sobrenatural, angelical y
terrible, espada en mano
(raqueta en mano), haciendo
añicos
el terciopelo púrpura de
nuestro corazón.
A raquetazo limpio, a raquetazo
puro,
Ana llena de Gracia,
a raquetazos de luz.
Eduardo Fraile
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