—Me
gustan mucho tus pelos: en las piernas, en el pecho. Y luego la delicadeza de
tu cuerpo: pareces un Cristo yacente. Ya te lo veía en los pies, pero todo tu
cuerpo es ascético, delgado pero firme, masculino y femenino. Y los pelos te
quedan genial. Me encantas.
—Tú
tampoco estás mal. A mí también me encantan tus pelos.
—¡Oye!
—Estás
recubierta de un finísimo vello dorado que hace que parezcas de oro. Nunca
había visto nada igual.
—Mejor.
Te prefiero virgen.
—Sí,
se puede decir que hasta que te he conocido…
—Dices
conocido en lenguaje bíblico.
—Sí,
bíblico y glíglico y metafórico y jitanjafórico.
—Vaya,
que tu primer polvo estelar ha sido conmigo.
—Estelar,
interestelar, galáctico… ¡Un cometa!
—¡La
Vía Láctea!
—Uf.
Hay algo en el Universo, no sé, las galaxias, las nebulosas parecen torbellinos
de semen…
—Pues
eso. ¡Polvo de estrellas!
Eduardo Fraile
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