sábado, 10 de noviembre de 2018

El Polo


            Subo por la calle Juan Mambrilla esta luminosa mañana de comienzos del verano de 2018. Hemos tenido una primavera lluviosa por demás, quizá como ninguna otra que recuerde, excepto posiblemente aquella en que Iowa y yo nos conocimos, nos enamoramos, y vivimos clandestinamente algunas semanas en esta misma calle, en el Nº 13. Juan Mambrilla es hoy una calle peatonal en su primer tramo, desde el colegio Niño Jesús hasta el de La Enseñanza. En la acera de la izquierda, según voy ascendiendo (porque por aquí bajaba uno de los ramales de la Esgueva), la trasera de los talleres de Gráficas Andrés Martín, que cerró hace algunos años, y un poco más allá el balcón de la editorial Balneario, de Pedro Gómez Cornejo, Alonso Cordel en sus libros de autor. Digo balcón, pero en realidad se trata de una ventana en arco con enrejado, en el primer piso. Con sólo echar la vista constato que ahora es una academia de idiomas o algo parecido. La casa ha sido rehabilitada. Ojalá hayan respetado el pequeño patio interior con columnas como el de la Anunciación de Fray Angélico.
            El corazón me bate ya con fuerza. No me detengo y busco un poco más arriba, en el tramo con circulación, pasada la bodega Félix, el Polo. Pero no está. Duró sólo uno o dos años, y posteriormente el local permaneció cerrado décadas enteras (excepto un breve lapso en que hubo allí una fotocopiadora con taller de encuadernación). Vuelvo sobre mis pasos intentando identificar el sitio exacto y creo que la figura que hago es la de Don Quijote palpando el aire donde no está el aposento de sus libros. Llego hasta la esquina de la librería Médica, que hoy es El árbol de las Letras, y entro a serenarme, a ajustar los relojes del tiempo mientras remoloneo por las mesas de novedades…
            (El Polo era profundo, sinuoso, todo interior, con sofás de piel en distintos ambientes con mesitas y lámparas. Y suelo de tarima encerada que crujía. Abría por la tarde, pero su momento estelar se situaba en esas horas inciertas de la alta madrugada. Algunas noches Iowa y yo nos escapamos de nuestra jaula de oro para tomarnos un gin-tonic peligroso de verdad.)
            …Y tomo en las manos un libro de alguien que conocí en otro tiempo. Y lo abro y respiro el aroma de los días y las rosas de nuestra juventud: Eduardo Fraile Valles, Perlas ensangrentadas

***
─ Nevers, tenemos que volver.
─ Nos la estamos jugando. Por mucho que te disfraces todo el mundo te mira.
─ Pero sólo tú me ves, mon vers.
─ No se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín.
─ Qué es celemín, mi señor.
─ Qué es celemín, y tú me lo preguntas…
─ Maldito, no te rías de mí.
─ Coge una servilleta, te lo dibujaré. Es para medir el trigo, más pequeño que la media fanega.
─ ¡Ah!
─ ¿Ah has dicho? Pues vámonos, que te voy a llenar de granos hasta el borde…
─ ¡Sí, por favor! ¡Y con copete!

Eduardo Fraile


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