sábado, 17 de noviembre de 2018

El pasaporte


─El pasaporte, no te olvides.
─Que sí, mañana a las 8 me acerco. Hay un fotomatón al lado, en la calle Torrecilla.
─Tardan dos o tres días en dártelo. Lo vamos a necesitar para Estados Unidos.
─¿Y el tuyo?
─En regla. Lo tengo casi lleno. No te lo enseño porque estoy fatal. Parezco una terrorista. Pero nunca he tenido ningún problema.
─Previa sonrisa desarmante y subyugadora, supongo.
─Vale ya. A lo mejor ahora que voy contigo me tratan peor. Oye…
─Qué.
─Al volver, cómprame esto en la farmacia, que me va a venir el mes. Y una caja de fresas en el mercado del Val.
─Te traeré también unas tónicas de las que te gustan, y limones del Caribe.
─Y besos de todos los colores. Se los puedes robar a las colegialas de aquí al lado…
─Así lo haré.
─¡Oye, que no!
─Vale, no se los robaré, se los pediré por favor…
─Así me gusta. Ya me duermo más tranquila.
─¿Te canto una nana?
─Susúrrame despacito lo que les vas a hacer a las colegialas con las fresas y los limones, y con las botellas de las tónicas Schweppes…

***
─Mi señor, he sido mala. Te he deseado mucho, y como no venías y no venías, he acabado masturbándome con uno de tus rotuladores. Ay. Y entonces, cuando me estaba corriendo, han llamado a la puerta, que creí que serías tú que volvías de hacerte el pasaporte, y he abierto así, con el pantalón y las bragas a medio bajar, y era el cartero, que traía una carta certificada para la editorial. Qué vergüenza. Y he dicho perdón, y he cerrado. Pero el tío seguía ahí y no se iba, me he quedado observándole por la mirilla, con un sobre de burbujas en una mano y el libraco de firmas en la otra. Y entonces me he sacado el rotu de donde lo tenía metido y he abierto una rendijita, una cuarta o así, para coger el sobre y firmar de cualquier manera. Y cuando se ha ido me he dejado escurrir contra la puerta, y así, sentada en el suelo, me he corrido toda otra vez…
─Ese cartero va a tener sueños eróticos contigo durante décadas…
─Perdóname, mi señor. Me merezco un severo correctivo.
─Y cómo de severo le apetece el correctivo, señorita.
─¡Oh! ¡Muchísimo! Durísimo. Implacable. Sin piedad.

Eduardo Fraile

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