sábado, 21 de abril de 2018

Cuando cerraba La Luna...



            …se iba a La Calleja o El Cafetín. La Calleja ya no existe hoy, ni siquiera el callejón sin nombre que comunicaba la plaza de la Universidad con la bajada de Marqués del Duero. El Cafetín, sí, El Largo Adiós, frente a la catedral, que entonces abría o no, según, y los habituales se comunicaban con el tam-tam secreto de la clarividencia si hoy sí, si se podía recalar allí entre las fotos de nuestros escritores y artistas favoritos.
            En una de las mesas de mármol de El Largo Adiós escribo estas palabras. Y, la verdad, parece como si su nombre de novela de Raymond Chandler hubiera sido exacto y premonitorio siempre. Triste, solitario y final, dice Philip Marlowe. "No digo adiós, ya lo dije una vez cuando tenía sentido, cuando era triste, solitario y final." Y si aún se quería estirar la noche se podía uno llegar hasta el París, en la calle Tahonas, ya muy cerca del Puente Mayor. Allí había un futbolín y siempre pasaban cosas. Si se había llegado hasta el París todo podía ser posible. Aún no había estallado propiamente la Movida, o estaba empezando apenas a sacudir Madrid, y las ondas concéntricas de esa inquietud maravillosa que coincidió con los mejores días de nuestra juventud irían llegando a provincias como con eco, y brotarían bares y cafés como no los ha vuelto a haber nunca más.
            El Farolito abrió poco después, en 1983, y enseguida también se convirtió en un centro de energía de irradiación sobrenatural. El espíritu de Malcolm Lowry, el faquir Ben Alí, que se atravesaba las mejillas con agujas de punto allí mismo, los actores del Teatro Corsario, poetas de verdad, que venían de circos perdidos en el Asia central o de la vecina Salamanca, pintores chilenos con melena de plata y perfil de águila o de cóndor de los Andes. Y del Cafetín al Farolito, y del Farolito al Cafetín, que sólo había que cruzar la calle Cascajares.

***

Imán & Poeta (almacén de la editorial Balneario
Escrito. Interior/noche)

            - Háblame de mí.
- Flor, no sé tu nombre. Hueles a Paraíso, a delicados pétalos que la brisa entreabre…
- No soy una flor. Quizá más un arbolito. Si fuese un árbol qué nombre me pondrías.
- Árbol de oro en cuyas ramas secretas anidan mis caricias.
- Menudo pájaro estás tú hecho. ¿Qué ramas secretas son ésas?
- Concavidades y convexidades de tu cuerpo que me has dejado descubrir.
- ¡Inventa una palabra!
- A ver, a ver…
- ¡Venga!
- ¡Iowa!
- ¿Iowa, como un estado de Estados Unidos?
- Sí, se me acaba de venir a la cabeza.
- Vale, me gusta. Creo que era el territorio de los indios kiowas. Lo podemos mirar luego en un atlas, si tu amigo el editor tiene uno por aquí.
- ¡Ah, ya sé por qué se me ha ocurrido Iowa!
- ¡Di!
- Jack Kerouac dice en su novela On the Road que en Des Moines, que es la capital de Iowa, vivían las chicas más guapas del mundo.
- Gracias, mi poeta. Pues tenemos que ir a conocer esa ciudad…


Eduardo Fraile

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