sábado, 24 de febrero de 2018

Libro de las promesas incumplidas


Iba anotando en él lo que le prometían
sin pedirlo, porque nunca pidió nada
en absoluto (al principio
por timidez, o porque intuyera en el fondo que las cosas
se dan solas, y luego por evitar la decepción).
El caso es que no esperaba
(o se esforzaba en parecerlo, tras años de disciplina)
nada de los demás, especialmente de aquellos que el azar
puso a su lado, es decir, del prójimo
(del próximo
en la distancia y en el corazón). Pero escribía,
iba anotando en un cuaderno esas promesas
que brotaban de los labios de modo natural, sin saber cómo
ni cómo no, y de tanto en tanto (por ejemplo una tarde
lenta en que se hubieran ido todos) se entretenía en comprobar
su grado de cumplimiento.
Era un poco como abrir una puerta
honda, secreta, o una caja de tiempo (de los tesoros
impalpables), o como repasar un viejo álbum
de fotografías en que nos cuesta mucho reconocer a las personas…
Y cuando se veía en el trance de tener que tachar
tal o cual cosa (pues las palabras
se habían hecho realidad, dorado trigo, carne
mortal y rosa, vida…) no dejaba de extrañarse
y distendía su máscara de cultivado escepticismo
en sonrisa (una sonrisa que volvía del tiempo,
del país de la infancia) fresca súbitamente, con rubios tintineos
de estupefacción. Lo llamó «el libro de las promesas incumplidas»
que se cumplen a veces, sin saber cómo
ni cómo no, o inclusive sin saberlo ─ni quererlo─ quien nos las hiciera
por caprichosos, tortuosos, retóricos caminos
del azar, o quizá del destino,
si es que no son los dos la misma cosa…

Eduardo Fraile

No hay comentarios:

Publicar un comentario