sábado, 13 de enero de 2018

El eterno retorno

            Creo que tu hija no sabe quién soy. Quién fui contigo. Quiénes fuimos tú y yo. Si lo supiera, si lo descubriera ella misma, si se lo confesase yo… ¿cambiarían las cosas? Se diría que, de alguna manera, estaba escrito que nos conociéramos así, como en un eterno retorno de nosotros, una nueva órbita alrededor de… ¿qué? Tentado estoy de escribirte una carta, quizá quiero que seas tú quien descubra la cosa, si la cosa ha de ser descubierta, espiando el móvil de tu hija, o su tablet, o donde sea que ella guarde sus secretos. Y nuestra relación sólo puede ser ─existir─ en el secreto. Pero ese peligro, que no quiero evitar, lo convierte todo en maravillosamente efímero, fragilísimo y doble o triplemente milagroso. Cada día, cada instante, cada beso, cada caricia, cada palabra, cada lágrima… cada susurro del viento en las hojas de los árboles donde los pájaros cantan ─cuentan─ los pasos hacia el abismo, hacia la destrucción no ya de nuestro amor, sino de nosotros… cada segundo de esa cuenta atrás donde todo estallará… todo, y nada, porque cada latido podría ser el último, se convierten así en eternidad…


Eduardo Fraile

No hay comentarios:

Publicar un comentario