Encuentro en una de esas increíbles
tiendas de segunda mano una primera edición del libro Hablando solo, de José García Nieto, Premio de Poesía Castellana
"Ciudad de Barcelona" 1967, editado en Madrid el año siguiente, en la
colección de la Revista de Cultura Hispánica, que dirigía el propio García
Nieto. Todos estos datos que vengo anotando aquí ya nos dan un poco en qué
pensar, y dejo al lector que desde la cota 2017 eche un largo vistazo 50 años
atrás y juegue con la memoria, y si no la tuviere huronee en Internez. El libro en sí es una delicia,
que disfruto por 1 euro, con la propina de una dedicatoria del autor para una
mujer desconocida: Ángeles, lo que le va de perlas en el cuello a esta columna,
el 21 de junio, entrando el verano del 68, mítico donde los haya habido desde
cualquier punto de vista.
Por ahí por los primeros 80 alcancé
a conocerle en el Gijón, el año del regreso del Guernica, más o menos. Le
busqué en la guía de teléfonos y salía un García Nieto J., periodista, y supuse que sería él. Le llamé desde la casa de mi tío
Gregorio, que es donde me quedaba en mis escapadas a Madrid, y se puso él
enseguida, y me citó esa misma mañana a la 1, para el vermut, lo dijo así, sin posibilidad de réplica, que casi
ni me daba tiempo a llegar desde Infanta Mercedes.
Me sorprendieron su accesibilidad,
ya digo, y luego su naturalidad y su bondad, su interés por mis cosas, como si
de verdad le interesasen… Luego en la vida he comprendido que cuanta menos
grandeza hay en una persona, más importancia tiene que darse para parecer
alguien. Ridículos petimetres nos ponen por delante a sus admirables
secretarias (tienen que sufrirles en silencio, como a las hemorroides), y ya no
les llamamos más. Es más fácil llegar a un premio Nobel que a un imbécil, las
razones si bien se mira son obvias, gracias a Dios.
No conocía yo entonces la
truculenta, atrabiliaria, y al cabo dramática historia de su libro Dama de Soledad, de Juana García Noreña ─JGN─.
La supe por Eduardo Haro Teclen, e inmediatamente até cabos, intenté conseguir
un ejemplar de aquel premio Adonais, que alcanza cifras exorbitantes en los
portales de venta digital, y al cabo adquirieron luz (esa luz maravillosa que
entraba por las cristaleras del paseo de Recoletos) estancias y matices y
metáforas (facetas, dirían los
gemólogos) de su personalidad.
Pero por quien más cosas he sabido
siempre de este hombre que lo fue casi todo en la poesía española y hoy casi
nadie recuerda, fue por Francisco Umbral (sobre todo en los retratos que hace
de él en sus libros). De hecho, Umbral trabajó esos años 60 en la Revista de
Cultura Hispánica: García Nieto le contrató cuando Umbral se buscaba la vida
donde fuere y a como diere lugar, con unas cartas de presentación de Delibes y
una Olivetti Pluma 22, volando por el
cielo de Madrid en la Vespa roja de los fotógrafos de prensa, al encuentro de
un reportaje en casa de Lola Flores o una entrevista con Marisol.
Pero García Nieto era el
garcilasismo, el oficialismo, y su cielo era ese estar bien instalado en el establishment literario, en el Premio
Adonais y los divanes de terciopelo rojo del Gijón, y en esa afabilidad y
ecuanimidad que le servían de armadura o que ocultaban su amargura interior:
saber que todo eso pasaría, estaba ya pasando, y el futuro correría un tupido
velo sobre él.
Le acabaron dando el Premio
Cervantes, tarde y mal, cuando estaba en una silla de ruedas y no podía
enterarse de quién era ese rey que le imponía una medalla (algo así como Adolfo
Suárez, al final), y qué significado tenía, de qué había servido dedicar su
vida a una quimera, y haber ayudado a todos, y haber sido traicionado y
abandonado por todos (incluido yo mismo, decía Umbral en la columna de aquel
día), incluido yo también, aunque yo era ese joven plural (quizá todos los días
tomaba el vermut con un joven poeta de provincias) al que el destino tenía
reservada quizá una trayectoria distinta ─la diametralmente opuesta─, que ni yo
mismo sospechaba esa mañana velazqueña que se paraba a mirarnos como con
estupor, aunque posiblemente ─y de ahí su amabilidad, su delicadeza, su
compasión, casi diría─ él sí.
Eduardo Fraile
Eduardo:
ResponderEliminarQue me encuentro hoy con que tienes un blog -este, vamos-. Tres años de blog. Leyéndolo, pienso pasar el mejor fin de febrero en años. Lluvia de torpedos de regaliz no habría sido mejor regalo. Te dejo, tengo mucho que leer. Mil abrazos, SL.
¡Gracias, gracias, gracias...!
EliminarEl blog es todavía mejor de lo que pensaba. Qué grande, Eduardo.
Eliminar