sábado, 16 de enero de 2016

El hombre puso nombre a los animales

Seguro que todos, al oír esta frase, no pensamos en el libro del Génesis, y sí ponemos enseguida música de Bob Dylan a su literalidad. Así que el primer oficio del mundo debió, pues, de ser éste: poner nombre a los seres que animaban el Paraíso. Nombrar, capturar en una palabra el alma (el ánima) de aquellos seres vivos que iban recibiendo su denominación de origen como una condecoración.
Gerardo Vacas no viene a poner nombre en su Bestiario (Ediciones Tansonville) a las delicadas criaturas que comparten con nosotros el don extraño e incomprensible de la vida. Más bien se complace, o directamente juega con ellas, a crear insólitas y novísimas especies que van surgiendo sólo con mantener un poco la atención (o la mirada).
La atención infinita es una de las formas del amor, y ya se sabe que del Amor nacen criaturas sorprendentes. Las que este libro da a luz (es decir, ilumina) parecería que ya estaban ahí, pero siempre es el Artista quien con su lámpara en la mano –como Diógenes, que buscaba simplemente al hombre– viene a mostrárnoslas.
Y él, este hombre que ya lleva un animal en su apellido, nos trae aquí, genialmente bautizada, una hermosa colección de fenómenos, ángeles, maravillas.

Eduardo Fraile

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