sábado, 28 de noviembre de 2015

Las pesas

Las pesas del reloj de pared, que iban bajando
según se le acababa la cuerda, y tocaban casi el suelo, y era como si el reloj se                                                                                                         [pusiera de puntillas.        
Entonces el tío Emeterio se subía a un taburete
con la llave en la mano, y volvía a dar cuerda al reloj,
con su hermosísimo péndulo
dorado y gravitacional
cuyo fiel rasgaba el aire fresco de la sala
de nuevo. Porque aquel era el corazón de la casa
y no había que dejar que se pararan sus latidos, su música,
su carillón. Nosotros
también queríamos dar cuerda a aquel juguete
que marcaba las horas del verano, y el tío Eme nos aupaba
por las axilas y nos dejaba intentarlo.
Aun a dos manos (nuestras manecillas
de niños de ciudad) no podíamos izar una pizca aquellas pesas
de oro inmemorial.


Eduardo Fraile

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