sábado, 31 de octubre de 2015

La Fábrica



La Fábrica, su presencia ominosa, las paredes en ruinas
(con claros vestigios del incendio que la destruyó), y el silencio,
sobre todo el silencio que la envolvía, el misterio
que nos atraía a aquel lugar y a la vez nos rechazaba,
como si estuviera rodeada por una valla de alta tensión.
Nada nos impedía ir hasta allí, de hecho fuimos varias veces,
pero se respiraba mal, como si hubiese sido el escenario de un crimen.
¿Lo fue? ¿Qué pasó? ¿Por qué nadie nos decía nada
cuando preguntábamos? ¡Cosas de la guerra!,
fue todo lo que llegaron a explicarnos. ¡No vayáis a jugar por allí,
que podéis caeros en la presa! La presa
ya no tenía agua como la del molino del tío Félix,
que estaba más abajo y todavía funcionaba.
La Fábrica había sido una fábrica de harinas
y estaba así desde la Guerra. O la postguerra. Eso era todo
(al menos la versión oficial). Pero los niños saben,
intuyen, notan cosas que corroborarán
muchos años después. El tiempo
se adensa, se detiene, se embalsa en ciertas presas
que luego moverán ruedas de molino,
y esos molinos triturarán nuestras palabras, nuestra sangre,
el trigo y el latín, el oro puro
de nuestra infancia, de nuestra memoria,
hasta que caiga en un costal la delicada harina
de la verdad…

Eduardo Fraile

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