sábado, 2 de mayo de 2015

Velázquez, la tristeza del Rey, Margarita





1        Quizá me reconozco en su mirada, porque quizá 
      soy él, quizá la luz nos ha comunicado sus secretos
a ambos, como quizá posiblemente a otros (antes
y después): así es el tiempo,
quantos de luz en que las cosas emergen,
son creadas (son vistas)
por unos ojos comprensivos,
acogedores, acariciadores…

2        Y esa mirada, que en apariencia veía
(según la ficción que alienta Las Meninas) al rey
Felipe IV y a la reina Mariana, a quienes en realidad se dirige
es a nosotros, al Futuro, a los siglos
venideros (a lo que llamamos la posteridad),
y nos encuentra sin dificultad, naturalmente,
y nos habla en privado, en un silencio
de seda (o nos escucha, que viene a ser lo mismo),
de corazón a corazón,
                                     desde la eternidad.

3        Imagino los años que el Rey sobrevive a Velázquez
(esos años que pasa contemplando Las Meninas
encerrado en su aposento). Ese largo diálogo
de miradas, cada una en una orilla de la vida. El Rey
aquí, donde el Tiempo gobierna
el destino de los hombres, y el pintor ya del lado
de allá, milagrosamente sacado del transcurso,
del sucederse de las cosas, del acontecer.

4        Imagino esos años que van desde la Infanta Margarita
en traje rosa, el último de los retratos que le hace Velázquez
o que deja inconcluso y acaba su yerno Juan Bautista
Martínez del Mazo, y el que éste ejecuta de la infanta de luto
por la muerte del rey. Ella pierde a los dos hombres
que la crearon: uno de materia carnal,
el otro con su mirada.

5        Quizá Velázquez la amó como la amó su padre,
el rey Felipe, que no se cansaba de mirarla
en Las Meninas. Cuando el pintor murió mandó colgar el cuadro
de la familia en su cámara. Y era verdad, su familia eran ella
y el pintor. Esos últimos años
fueron una conversación constante de miradas. De la suya,
profundamente melancólica, como de quien se apresta a partir,
con las del lienzo inmortal…

Eduardo Fraile

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