sábado, 14 de marzo de 2015

Adiós con puñado de sal



Cierra la Casa del bacalao, el último
templo de los ultramarinos de Valladolid. Una parte
de mi niñez estaba allí, entre las latas de bonito,
las botellas de aceite y los sacos de legumbres. Incluso el chocolate
de Vezdemarbán, que yo creía extinto
permanecía allí, como esas reservas de semillas
que se custodian en las cámaras acorazadas
de los bancos, por si un día todo desaparece
sobre la faz de la Tierra… Los barriles de sardinas arenques
y el mostrador de mármol, atestado de bacaladas
de Terranova… La única tienda de Valladolid
(incluidas las librerías) que hizo un escaparate con mis libros
fue Alimentación Heras, Ultramarinos Heras,
La Casa del Bacalao. Parece irónico,
mis libros entre quesos y licores, alimentándose
de miel y de conservas, de cacao y de sal. Yo iba
todas las navidades allí, a comprar el bacalao para las cenas
de Nochebuena y Nochevieja. Primero de la mano
de mi madre y luego solo. Ahora
mis pasos errarán sin encontrar la casa, la esquina y el olor…
Seré un perro husmeando
la salazón, siguiendo un rastro antiguo
que se remonta a mi infancia.
Pero esa infancia también es ya poema,
páginas de mis libros con que un niño hace barcos
y aviones de papel…

Eduardo Fraile

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