sábado, 10 de enero de 2015

Calle Niña Guapa



            En mi ciudad hay una calle que se llama Niña guapa, calle de la Niña Guapa, muy cerca de la mía, que es Industrias, en ese contexto de la plaza Circular, la Vía, Vadillos y San Juan, que es por donde escriben mis pasos palabras incomprensibles, borratajos del niño que no he dejado de ser sobre el cuaderno, sobre el plano, sobre el mapa mudo y a la vez elocuente de Valladolid. Valladolid al filo de mi infancia, se titulaba el hermoso discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de Antonio Corral, él ya en el cielo de la literatura pinciana, entre las isobaras nobles y céntricas de Angustias y la Bajada de la Libertad.
            No sé, me reconforta pensar que mi ciudad, que quizá me dedique un día alguna de sus calles insólitas, tenga entre la nomenclatura de su laberinto un tramo que recuerda la belleza sin nombre, olvidada quizá, de una niña del barrio. Se dice que venían de otras zonas de la urbe (como ahora vienen a comprar el pan, que es aquí más barato) para ver la singular belleza de aquella niña. No chica, no muchacha. No pucella. Valladolid, Pucela, que significa en latín precisamente eso: doncella.
            Muy graciosa es la doncella/¡cómo es bella y hermosa!/ Digas tú, el marinero/ que en las naves vivías,/ si la nave o la vela o la estrella/ es tan bella./ Digas tú, el caballero/ que las armas vestías,/ si el caballo o las armas o la guerra/ es tan bella./ Digas tú, el pastorcico/ que el ganadico guardas,/ si el ganado o los valles o la sierra/ es tan bella.
            He recordado, de un tirón, este hermoso poema de Gil Vicente. Así debía ser aquella niña, así su belleza novísima, limpísima, sencillísima. Inasible, inaprensible, inaprendible de memoria. Sólo por el corazón.

Eduardo Fraile

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