sábado, 27 de septiembre de 2014

Mis armas



          Cada cual lucha con sus armas: una lasca de sílex o la más sofisticada criatura de última generación (sea esto lo que fuere). Don Quijote levanta su espada ya con moho y orín cuando decide hacerse caballero andante. Su creador, el soldado Miguel de Cervantes, usa una pluma de ganso que va mojando en tinta en un tintero de cerámica de Talavera. Cada cual lucha con las armas que ha elegido (o que le han elegido a él). Mis armas son mis máquinas de escribir. Tengo muchas, más de 100, alguna no sabría cómo ha hecho para llegar a mí. Otras las he comprado en el Rastro, o me las han regalado los amigos que decidieron un día combatir con ordenadores y tabletas…
            Es curioso, mi madre iba a la escuela con su pequeña pizarra (como esas que ahora se venden en los chinos) y con su pizarrín. Eran las tablets de entonces… Al fin y al cabo cada cual gasta su vida en perfeccionar su herramienta, en pulir y limpiar y engrasar y afilar las armas, esas armas que velamos la noche anterior a ser armados caballeros. Heme aquí, pues, Caballero de las máquinas de escribir antiguas. Qué belleza. Qué verdad. Así suena mi voz, así suenan mis palabras. O, mejor dicho, así suena el lenguaje del Universo en mí, a través de mí. Mis ángeles mecánicos que escriben solas mis libros mientras duermo…

Eduardo Fraile

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