sábado, 29 de marzo de 2014

Cui-Ping-Sing (sábado, 14 de julio de 2012)



           «En qué otro mundo de cerezas raras/ oí tu voz, en qué planeta lento/ de bronces y de nieve vi tus ojos... » Estos versos, que pudiera haber firmado yo, los citaba Luis Mª Ansón en su discurso de ingreso en la Academia. La referencia, tomada de un diario, los atribuía al poeta Hoang-Ti (a Cui-Ping-Sing, que sería su amada, deduje, entre paréntesis).
            Al llegar a casa revolví por las estanterías, fatigué bibliotecas, hubiera escrito Borges, tosiendo por el polvillo de la eternidad, y asedié luego traducciones italianas y francesas, a ver si las diferentes grafías pudieran hacer de Hoang-Ti: Xuan Yi, o Zi, o Li... Debía ser 1997, o sea que han pasado 15 años, una generación. Hoy cualquiera de vds., o sus hijas adolescentes, tecleando estos versos en Google tardarán apenas 15 segundos en resolver un misterio que a mí me llevó a extraviarme gozosa e interminablemente en el laberinto de la poesía china, donde lo que para nosotros hoy es modernidad era ya para ellos tradición hace 3.500 años.
            Pero no se trataba de un poeta chino (o sí, quién sabe), sino de uno español: Agustín de Foxá, apenas recordado con justicia por la novela «Madrid, de corte a checa», y desconocido injustamente por una obra de teatro en verso: Cui-Ping-Sing, maravillosa composición velada por los prejuicios, el sectarismo y la estupidez. O sea que Hoang-Ti era un ente de ficción, un personaje de ese drama, su protagonista...
            Y si sé algo más de poesía china, sé también algo menos del Amor (donde desaprendemos a medida que ganamos en conocimiento). No pueden vds. perderse algo así: «Agustín de Foxá. Nostalgia, intimidad y aristocracia». Ahí está Cui-Ping-Sing. Y Hoang-Ti y su amor imposible. Cuánta belleza, Dios, cuánta belleza...


Eduardo Fraile

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