Tiempo después descubriría en Proust
la columna Morris, y sin saber muy bien me la imaginaba quizá como algunas de
las que surgían en nuestra ciudad, en las plazas que el Ayuntamiento iba
rehabilitando (aunque a nosotros nos gustaba más la tierra, los jardines y los
columpios de tubo). El caso es que mi idea de la columna Morris encarnó en la
columna anunciadora de la plaza del Caño Argales, ahusada y con un tejadillo
cónico para que la lluvia no despegase los carteles. Pero entretanto mi columna
Morris particular era la columna de La Luna, cuadrangular, central, forrada de
tarima, donde todo el mundo colocaba sus anuncios: desde "Se busca un
gato", hasta los recitales de poesía de quien escribe estas palabras hoy,
desde un folio a bolígrafo, a los elegantes affiches
de las exposiciones pictóricas, algunos hechos en su taller por los propios
artistas. También alguna declaración de amor. O las postales que los habituales
mandábamos en vacaciones…
─Tony, ¿me guardas el
cartel de Cruz Hernández?
─Mola, a que sí. Ése se
lo ha pedido Ana, pero no te preocupes, te presentaré al pintor.
Recuerdo una noche de comienzos del
verano o así, extrañamente desertada por los fijos del café, que estaba
completamente vacío, a excepción de Josechu, en la barra, y yo, que me fui a la
mesa del rincón (la de los enamorados) a escribir unos poemas en la máquina
Royal que me acababa de comprar esa tarde en Estévez, por la Bajada de la
Libertad.
Era una portátil negra, muy
elegante. Casi no pesaba nada, en comparación con mi primera Royal,
catedralicia y ferroviaria a la vez, que ya no usaba apenas. Iba a estrenarla
allí mismo, en medio de aquel extraño paréntesis de vacío (¿es que había un
partido de fútbol o qué?) y comencé a pasar tres poemas que suponían el
arranque de un libro que se iba a titular "Hiéndeme
luna góndola".
Vino Josechu a verme, extrañado por
el tableteo de la máquina:
─Joder, poeta, te has
traído la máquina de escribir y todo.
─La he comprado esta tarde,
y como no hay nadie se me ha ocurrido probarla.
─Pues suena bien. Estás
de foto. Lástima de no tener aquí la Polaroid.
Y aquellos tres folios benditos
estuvieron mucho tiempo clavados en la columna con una chincheta. Puedo
imaginar en cámara rápida cómo van cambiando los carteles y anuncios y mis
poemas permanecen en su estricta blancura… hasta que un día desaparecieron.
Eduardo Fraile
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