─Iowa.
─Nevers.
─¿Qué
hacías esos días antes de sentarte junto a mí?
─¿Después
de aquella tarde que te pusiste todo colorado?
─Sí,
yo vivía sin vivir en mí. Sin comer, sin dormir, escribiéndote cosas sin
sentido, esperando las tardes, a ver si volvías a La Luna.
─Pues
me entró una especie de furor. ¿Quién era ese chico vestido de negro que sólo
con mirarme me había hecho eso?
─Eso
qué.
─Esta
excitación. Mi cuerpo descontrolado total. No podía parar de masturbarme.
Quería estar contigo, pero a la vez me rebelaba contra tu poder, lo que me
dejaba completamente extenuada.
─Hasta
que un día…
─Ay.
El primer día que me senté contigo me encantó tu voz, pero me dije: yo estoy
hecha un flan por él y él tan tranquilo. Esta vez no te ruborizaste…
─Llevaba
días y días esperándote. Creo que ya no tenía ni fuerzas para sostener el
lápiz.
─Me
pareciste educado por demás. No te permitirías creer nunca que yo estuviera
coladita por ti. Así que decidí actuar.
─Y
te cortaste el pelo.
─Sí,
fue la señal. Como quemar las naves (o quemar las nubes).
***
─Nevers.
─Iowa.
─Eres
dueño de mí. Si quisieras dejarme me dejaría morir. Sería fácil. ¿Cómo podría
respirar?
─No
digas esas cosas. Eres tú la que me conviertes en aire. La que me haces
indispensable.
─Cuando
se ama entregamos el poder. Nos rendimos a quien nos ha conquistado.
─Tú
me has conquistado a mí. Yo no hubiera sabido ni decirte una palabra.
─Pero
esa palabra que no te creías digno de decir es la que te ha elevado hasta mí.
─Eres
la más dulce y considerada vencedora para con el vencido. Como que nada sino
esto puede ser la victoria.
─Te
amo y me amas. ¿Cómo ha podido pasar?
─Eso.
¿Cómo lo has hecho?
─Será
cosa de magia. Pero yo no he hecho nada, de verdad.
─Iowa.
─Nevers.
─Eres
mi dueña. Si quisieras dejarme me dejaría morir…
Eduardo Fraile
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