—Te
contaré mi primer trabajo de modelo. Mandé unas fotos mías a varias agencias y
de la primera que me llamaron, que era *****, me ofrecieron enseguida una
campaña de bañadores. Así que dije que no, y no se lo podían creer. Total, que
acabaron ofreciéndome el doble, y luego el triple. Fue conmigo mi padre a
firmar como representante, porque yo tenía sólo 17. Bueno, bueno, bueno. No te
puedes imaginar cómo es ese mundo, y eso que sólo he aceptado poquísimas cosas.
En resumen, que todo quisque me quería follar. Se da por hecho. Se mueve mucha
pasta. No se diferencia mucho de la prostitución.
—Mi
amor como un corderillo entre los lobos.
—No
te rías, que esto es bastante serio.
—Ya
lo sé, perdona. Es lo que tiene ser guapa, y lo tuyo es de top-ten.
—Cuanto
más intento pasar inadvertida con ropa grunge
o sin pintarme nada, más os pongo a los pervertidos como tú.
—¿A
mí me pones?
—¿Que
si te pongo? ¿Y esto qué es, vamos a ver, me lo puedes explicar?
—Sí
puedo.
—Pues
venga. Que la quiero larga y profunda y sólidamente argumentada esa
explicación.
***
A veces pienso que me vas a romper.
Me das de sí, me das de mí, hasta el límite y mucho más allá. A la mañana
siguiente compruebo los daños en el espejo de luna (en el espejo de La Luna), y
mi temor a verme rota en mil pedazos se desvanece de repente. Me has
embellecido, me has añadido una luz que antes no tenía. ¡Y estoy entera y
verdadera! (Hoja arrancada del cuaderno
de Iowa sujeta con celo en el espejo del baño)
Eduardo Fraile
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