Denver,
mi poeta, mi verso, mi diverso. Mi
igual a mí, mi distinto a todos. Único y múltiple. Qué hacías lejos, cuando aún
nuestras miradas no pensaban en chocar, en encontrarse. Te amo por encima de
todo (o por encima del Todo, sea esto lo que fuere). Te amaba ya incluso antes
de que te amase. Yo no sabía entonces lo que era el amor. Tú me lo has enseñado
no sabiéndolo tampoco, simplemente con ser, con estar ahí, con estar aquí
dentro de todos los dentros de mí. Me multiplicas, me divides, me partes por la
mitad. Me sumas y me restas, y al final somos tú y yo muchas veces,
embellecidos, enriquecidos, completos. Tengo que sujetarme para no ponerme a
gritar cómo te quiero. Me pondría a saltar a la comba entre las estrellas, o a
jugar a la rayuela con tu nombre en el cielo y en la tierra, con tus manos en
mí. Muérdeme, cómeme, devórame, conviérteme en tu luz, mientras te abraso.
¿Ves? Desvarío y deliro y me transfiguro. Mi alma se hace pájaro y palabra. Y
tú me cazas al vuelo y me devuelves convertida en escritura.
***
Lámeme, vísteme de saliva. Bésame
sobre los besos que me has puesto hace un instante, no se vayan a secar, a
marchitar, a olvidarse. Mi Salomón en todo su esplendor. Ya ves que yo también
uso metáforas sagradas. He leído el Cantar
de los Cantares. Qué verdad. Qué belleza. Ella soy yo, ella es todas las
chicas que aman. Y él eres tú. Mi Rey sin corona, con la única corona ante la
que me arrodillo: el laurel de tus palabras hechas
de dulce miel para mí.
***
No dices mi nombre y yo no digo el tuyo tampoco. Hemos
empezado jugando así, como no siendo nosotros de verdad, o siéndolo más
profunda y esencialmente. Bueno, a veces, cuando hacemos el amor, se me escapa
tu hermoso nombre de rey inglés, tú que eres tan francés en todo. En cambio tú
dices toda clase de cosas, me nombras con todas las palabras que encuentras,
incluso me insultas con las más maravillosas y desconcertantes injurias que no
sé cómo conviertes en las más hermosas palabras de amor.
***
Poeta,
Nevers, Nemour, Denver
Cuando cierro los ojos te veo
navegando en un barco
de papel, uno de esos barquitos que
haces con los folios
que no me escribes. La marca de agua
es una torre
o un galgo, o un jinete con espada
encendida,
un barco con las alas desplegadas,
un lebrel en carrera. Mi Poeta,
mi Capitán.
Eduardo Fraile
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