─Nunca
me dices nada de tu familia.
─Ni
tú. Lo único que sé es que tus hermanos te traen ropa de Londres.
─Me
gustaría conocer a tu madre. Seguro que te echa de menos. Pensará que soy una
secuestradora.
─Ella
sabe que eres distinta a todas. Sólo tú has tenido el poder de arrebatarle a su
hijo.
─Es
verdad. Las madres saben, aunque intentemos ocultarles las cosas. La mía no me
pregunta, pero sabe. Y está asustada,
a ver.
─Hay
mucha gente a la que le afectan nuestras decisiones, y a las que haremos daño
sin querer. Sólo el hecho de que nos amemos está provocando disturbios en la
galaxia.
─El amor es un perro del infierno. Lo he
leído en Bukowski.
─El
amor lo saca todo de quicio. Dante decía que mueve el Sol y las demás
estrellas. El amor nos crea. El amor nos destruirá.
─Calla,
Poeta. Mientras estamos siendo devorados, mientras ardemos, mientras nos
desangramos hasta la última gota…
─Mientras,
extenuados, exánimes, caemos de bruces en la arena de la playa…
─Mientras
morimos…
─Mientras
resucitamos…
***
─¿Qué
hacías antes de conocerme, mi amor de barba florecida, mi Salomón del Cantar de
los Cantares?
─Te
esperaba y te esperaba, y desesperaba ya de que vinieras, o de llegar a ser
digno de ti.
─Pero
vine, llegué y te encontré con tu lámpara encendida.
─Querrás
decir con mi lápiz Faber Castell escribiéndote…
─Con
tus palabras inauditas, con tus palabras nuevas, recién hechas, oliendo a pan,
oliendo a goma de borrar de nata, oliendo a libros nuevos al empezar el curso…
─Y
tú olías a campo verde lleno de margaritas, de amapolas, de clavellinas y de
esas florecillas moradas que no sé cómo se llaman.
─Pues
si no lo sabes tú… Llámalas Iowas,
llámalas mi deseo de ti.
─Iowas, qué nombre tan hermoso para las
flores enamoradas…
Eduardo Fraile
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