Julio Toquero tenía tres o cuatro
años menos que yo, lo que a esas edades era como decir que fuésemos de
generaciones distintas. Había alquilado un estudio de pintor en la Calle
Platerías, y creo que nos presentó su hermana Marycha: ─Tienes que conocer a Julio, os vais a caer genial. Pintaba cuadros
entre Dalí y Giorgio de Chirico, esa especie de surrealismo de paisajes
oníricos llenos de estatuas griegas y columnas desbaratadas.
─Hombre,
Julio, sólo te falta titular eso: Esto no es un cuadro de René Magritte.
Pero una tarde llegué a eso de las
6. Tenía las ventanas abiertas sobre el tráfico de Platerías (entonces, aunque
pueda parecer inexplicable, pasaban coches por allí). Ese balcón estaba sobre
una mercería, a dos metros de la calle. Y toda la luz daba sobre el cuadro que
tenía sobre el caballete. Me quedé boquiabierto. Frescas y sueltas pinceladas,
liberadas, por así decir, de todo aquel constreñimiento del dibujo minucioso ─y
prodigioso─ que venía haciendo hasta entonces, presentaban una figura vivísima
y tristísima, el vivo retrato de la desolación, pero con una fuerza y una
─paradójica─ alegría que no me dejaba articular palabra.
─¿Te
gusta?
─¡Es maravilloso! ¡Éste sí que es tu primer cuadro!
─Pues para ti.
Muchos años después usaría yo ese
cuadro ─"El idiota", lo tituló él─ para la portada de mi libro "Retrato de la soledad". Luego
tuvo otro estudio en José María Lacort, a igual distancia de La Luna y la casa
de su madre, en Fidel Recio, frente al patio del colegio La Salle. Estaba
cantado que Julio se marcharía a Madrid, y se fue, pero antes pudimos compartir
esos años aurorales y alboreales de nuestras carreras contra la Nada. En 1985
publicamos juntos NOPOEMA, así como
para que quedara constancia de que nos queríamos y nos admirábamos mutuamente.
Una noche, ya serían las 11 u 11 y
media, se presentó en La Luna con un cuadro recién pintado ─venía directamente
del estudio─ y me lo dijo a bocajarro:
─Que
me he acordado de que hoy es tu cumpleaños.
Mientras
escribo estas palabras lo tengo a mi derecha: un hipopótamo amarillo en una
bañera en plata y carbón sobre fondo verde y suelo de baldosas rojas.
"Para Eduardo, mi amigo, un hipopótamo". Así dicho es difícil
transmitir la magia que conseguía Julio Toquero con aquellas nuevas, directas,
fulgurantes pinceladas. Y, enfrente, su escalera
en rosa, de la que ya he hablado en otro momento de estas columnas rotas,
diseminadas por el campo del recuerdo: en Lisa/1,
creo recordar. Querido Julius, espero que estés bien, al recibo de la presente…
Eduardo Fraile
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