Umbral hace la novela de María
Jesús, la estudiante que iba al Gijón con su grupo de compañeras de facultad.
Esa novela es "Si hubiéramos sabido que el amor era eso". Pero no
hace la novela de la modelo Belén. "Yo
hubiera sido un hombre distinto si la vida me hubiese llevado con una o con la
otra", creo que reflexiona al evocarlas en "La noche que llegué
al Café Gijón". Belén/ Nazareth/ Marilén. "Marilén,
otoño-invierno", se titula uno de sus primeros cuentos, en el que aboceta
esa posible novela del futuro. Pero nunca quiso hacerla. Nunca la pudo hacer.
¿Qué fue de la modelo Belén, cuyo
retrato hermosea, hasta dejarlas temblando, las páginas de La noche que llegué al Café Gijón? Como dejó su alma de buscador y
gustador y adorador incansable de la belleza femenina. Incluso yo no me atrevo
a traer aquí ese retrato lírico de su belleza ojival, de su perfil griego de
arcángel o de caballo con alas de la Ilíada. Nos hubiéramos perdido
posiblemente todos sus libros maravillosos, pero la Literatura era una fuerza
interior que había de llevarle por otros caminos (o por los mismos, pero sin
ella).
Estas cosas piensa uno desde el
punto de vista del lector o del escritor, alternativamente. Se me ocurre,
incluso, la idea de intentar buscar a María Belén, si vive todavía, o localizar
aquellas revistas de los 60 en que salía retratada, o entrevistada, y Umbral
nos cuenta esa mañana de domingo en que queda con ella y un fotógrafo en un
museo para entrevistarla: "Acudió
con el pelo muy corto, envuelta en una gabardina roja y guateada, con toda una
noche a cuestas (se le notaba demasiado) y mojada por la lluvia de la mañana.
Quedó muy bien en las fotos. Quedaba siempre bien".
Sólo deja apuntada en 4 o 5 páginas
el retrato y la posible novela de Nazareth, de Belén, de Marilén. Es quizá el
momento más lírico y sobrenatural del libro, teñido de desazón y profunda
melancolía. Por el café pasan y posan los grandes y pequeños escritores y
artistas, las figuras y los figurantes de este friso magistral del Madrid ─de
la España─ de los años 60. Pero la reina indiscutible de estas páginas es ella,
de quien nos enamoramos sin remedio y sin esperanza, incondicionalmente, como
le sucediera al propio autor.
Eduardo Fraile
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