La Luna de Tony tenía unas mesas
camilla vestidas de tela verde hasta el suelo, con cristal (con luna, diríamos
con redundancia). Unos 9 veladores en total, cuento mentalmente 35 años
después: La Luna que cerró el pasado verano ya no se parecía en casi nada a
aquella de los 80, más elegante y diáfana. El traspaso a Coral y Arturo, en el
83, inició una larga caída hacia lo que acabó siendo en este siglo, más una
cervecería que un café. Con su historia y su leyenda, por supuesto, pero las siguientes
generaciones no tuvieron la oportunidad de ver y disfrutar aquella magia,
aquella luz y aquel chic que nos
sedujo a tantos y que añoramos todos los días en que nuestra órbita busca ese
satélite (para nosotros nuestro planeta) sin encontrarlo ya.
La delicadeza, la música, la calidad
sobrenatural del público femenino que caía por allí como si fueran ángeles (y
en realidad lo eran). El recuerdo embellece, es cierto, y más si lo que se
recuerda son los días de nuestra juventud. La década en que tuvimos 20 años es
nuestra década gloriosa. La juventud es épica. La madurez es lírica. Pero busco
en el plano de hoy, en la ciudad de hoy, todas aquellas cosas que viví y sólo
encuentro briznas, sorbos, atisbos, cuando no jirones y desolación. Buscas en Roma a Roma, oh peregrino/ y en
Roma misma a Roma no la hallas:/ despojos son las que ostentó murallas…
Y cuántas veces he regresado por una
puerta secreta de la luz a mi café primigenio, mudando épocas y calles como
quien vuelve a la ciudad muchos años después y se niega a sustituir la imagen
añorada por la que le ofrece la realidad, ese cambio brutal que el ciudadano no
nota por ir produciéndose al ritmo de asimilación de la costumbre. Y no está
mal elegir quizá de cuando en cuando qué año, qué época vivir en el día de hoy,
recorrer el itinerario sabido e incorporado por nuestro organismo y volver a
aspirar el aroma de tal o cual aire, y entrar en comercios y tiendas que ya
dejaron de existir… y fijarnos en pisos y en balcones donde vivimos y amamos
una vez…
─Háblame
como la lluvia. Háblame como si estuviéramos en Valladolid.
─Echas de menos La Luna.
─Nos echo de menos a nosotros cuando aún no nos
conocíamos. Cuando yo pensaba que a lo mejor no íbamos a estar nunca juntos,
así.
─¿Cómo es así?
─Después de haber hecho el amor. Antes de hacerlo de
nuevo por primera vez.
─Tú
conoces la lluvia de Londres. La de París…
─Y
esta lluvia verde que huele tan bien. Yo nunca había estado en la montaña.
─No
hay montañas en tu pequeño planeta.
─En
mi pequeño planeta sólo hay ciudades grandes donde no estabas tú. Por eso he
tenido que venir a buscarte.
─Algún
día te irás.
─Sí,
pero te vienes conmigo.
─Y
con la lluvia.
─A
la Luna. Cómo te echo de menos en La Luna, ahora que no estamos allí…
Eduardo Fraile
No hay comentarios:
Publicar un comentario