El periodista Tomás Hoyas recuerda, años después
(Barra del bar
Terminal, Plaza de los Arces, altas
horas de la
madrugada)
Por entonces había dos personas en
Valladolid que vestían siempre de negro: el poeta Eduardo Fraile, que era el
poeta residente, por así decir, del
café La Luna, y el pintor Jesús Capa, aunque Capa en verano cambiaba el negro
riguroso por el blanco nuclear, zapatos incluidos. Fraile comenzó a publicar a
comienzos de los 80, siempre con mucho primor formal. El propio café La Luna,
en coproducción con el bar Minotauro, de la cercana calle del Santuario, editó
de hecho un texto suyo, NOPOEMA, en
1985. Iba acompañado con un grabado original de Julio Toquero. Yo conservo un
ejemplar. Capa tenía una galería de arte en Medina de Ríoseco, en la Calle
Mayor…
***
El galerista Evelio Gayubo recuerda, años después
(Sala de
exposiciones, descolgando cuadros. Interior/ día.
Tráfico de la
calle López Gómez)
Siempre me llamó la atención la
seguridad interior, la fe en sí mismos, bueno, no sé si esa es la palabra, el
íntimo convencimiento de que dedicarían su vida, y lo que hiciera falta, a su
Arte. Los dos. Julio Toquero y Eduardo Fraile. No he visto casos como los
suyos. Ya desde entonces, y eran unos chavales. A Julio pude ayudarle, hizo
conmigo su primera exposición en galería. Pero Fraile ya había publicado un
libro en el 82, cuando le conocí en una muestra que hice de los libros experimentales
de Francisco Pino. Mi sala entonces se llamaba Siena, y era también floristería. Estaba un poco más atrás, en esta
misma acera. Y bueno, en el café La luna, siempre se le podía encontrar allí.
Era como su estudio. La lucidez, la visión privilegiada de lo que iba a ser su
camino. Y la valentía, la determinación casi suicida de que lo iban a seguir,
pasara lo que pasara, hasta el final.
***
Antonio Redondo (Toño Metropole, Toño Harlem,
Toño Buenavista)
recuerda, años después. Barra del
Café Buenavista, interior/
noche
A Eduardo Fraile le vi por primera
vez en La Luna. Era una de las presencias del café en aquellos años. Era el poeta. Yo no sabía su nombre
entonces, vestía siempre de negro y a veces estaba con una tía de esas de las
que quitan el sentido. Otras veces estaba solo, escribiendo o leyendo un libro.
Luego le perdí la pista, incluso pregunté por él en la barra y me dijeron que
se había ido al extranjero. Le recuperé a finales de los 80. Yo acababa de
abrir el Metropole y él se dejaba caer los sábados por la noche, ya tarde,
sobre la 1 o las 2. Bueno, pues iba por allí un grupillo de amigas, muy majas,
la verdad. Una era muy delgada, con los ojos enormes. Y ¡zas! Ligaron allí
mismo, delante de mis narices. Menudo flechazo. Se besaron junto a la columna y
estuvieron así horas, hasta que cerramos. Tengo todos sus libros. Son la
hostia. Siempre me manda invitación cuando sale uno nuevo. De hecho, mira,
pasado mañana presenta "La chica de
la bolsa de peces de colores" aquí al lado, en el Aula Triste del
Palacio de Santa Cruz. ¡No faltaré!
Eduardo Fraile
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