─
Comment c’était ta folie à Nevers?
─ Comment c’était ta folie à neuf
heures?
Habíamos visto en un cine de arte y ensayo
Hiroshima mon amour en versión
original. Y ahora estábamos en la cama, como los dos protagonistas.
─
Maldito,
que yo no sé tanto francés como tú. ¿Dónde está Nevers?
─
Lo
buscaremos en el atlas de mi amigo el editor. Debe estar más abajo de París.
Pasa el Loira.
─
Mira,
Nevers es un hermoso nombre para ti.
Además, vers es verso, ¿no?
─
Pues
sí que sabes bastante. A ver, en qué se diferencia Nevers de nef heures?
─
¿Nevers
a las 9?
─
¡Bravo,
Iowa!
─
Mi
río es el Des Moines. De los monjes, o monjes a secas. ¿Cuándo vamos a Des
Moines City?
─
Iremos
primero a Nevers, ya puestos.
─
Vale,
Nevers. Illiers para parar en Tansonville. París-Nueva York en Concorde. Y
luego en esos autobuses interestatales yanquis de color aluminio, a ese lugar
donde dices que viven las chicas más guapas del mundo.
─
No
sé, no sé. El Concorde es carísimo. Creo que vale medio kilo el billete. Sólo
de ida.
─
Del
dinero se encargará tu ángel dorado. Es verde. Dicen que crece en los árboles.
─
Ni
Salomón en todo su poder…
─
¡Uf!
Qué ganas tengo de salir de aquí. Me agobia tanta lluvia ya. ¿Por qué llueve
tanto en la novela en la que me recuerdas?
Eduardo Fraile
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