Otra de las flores efímeras que
desapareció fue el azafrán de las túnicas de los Hare Krishnas, no sé, brotaron
y se extinguieron esos años mágicos de la Transición, entre el 76 y el 79, y
perfumaron y pusieron cierto cromatismo que no era de aquí en la suciedad gris
de nuestras calles. Desde los autobuses decrépitos con silletín para el
cobrador veíamos esos grupos de 6 u 8 danzarines de cráneos mondos y lirondos
que iban cantando su Hare Krishna, Hare Hare, como beodos o fumetas, o simplemente
poseídos por el espíritu gozoso de su divinidad.
Sus cabezas rapadas hoy no
resultarían tan chocantes como en aquellos tiempos de melenudos con pantalones
de campana. Ni sus túnicas naranja… bueno, sus túnicas anaranjadas seguirían
hoy siendo una exótica deflagración de color. Mariposas que envolvían en sus
vuelos concéntricos a los sorprendidos transeúntes, acostumbrados más a los
testigos de Jehová con sus carteras baratas y sus revistas, o a las gabardinas
azul plomo con chapa identificativa de los mormones.
¿Qué les pasó? ¿Por qué no volvieron
más? Me emociona su levedad, su aparente inoperancia y desprecio por el
proselitismo. No nos daban la vara, no nos adoctrinaban, no metían el zapato,
como los vendedores de enciclopedias, para que no les cerráramos la puerta en
las narices. Sólo iban por la calle cantando (o rezando, quién sabe),
provocaban una sonrisa, algún lanzado se unía a su carrusel, a su conga de
Jalisco budista o hinduista o lo que fuere, pero todo lo más duraban media
calle…
No arraigaron aquí. Demasiado
categóricos, demasiado maximalistas, demasiado poco acostumbrados a la
flexibilidad de los juncos mecidos por el viento debimos parecerles. No dignos
de su mensaje, no preparados aún para hacernos partícipes… de su secreto.
Eduardo Fraile
Gracias por la alegría semanal, Doctor, Maestro, Pope.
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