José Manuel Catón, in
memoriam
Una amiga francesa le llamaba
Oscuridad
(porque ella se llamaba
Claridad: Marie-Clarté Mougeot,
de París, de Versalles, de la
luz del Rey Sol, de la piedra
dorada de los palacios del
razonamiento), fascinada
por su inteligencia de puñal y
el combate continuo con la muerte
y la vida del lenguaje. La
greguería, la metáfora, la jitanjáfora casi,
de tan incomprensibles que le
resultaban a mi amiga sus juegos de palabras,
que tanto me costaba traducir
a mí. Así que cuando su sonrisa
cartesiana había comprendido el primer calembour
íbamos ya por la cuarta
cerveza. Qué hacer.
Luego, tras aquel verano mágico,
cuando me escribía
cartas en papel de seda con
olor a violetas
me preguntaba por José Manuel Obscurité
y su risa fresquísima sonaba al
otro lado de las líneas (enemigas)
de palabras azules. Y me sigue
preguntando todavía,
y yo le digo que está bien, que
trabaja en la distribuidora de su primo
Chuchi, con los libros y eso,
entre pasillos verticales como acantilados
por los que se desliza como un
cisne
negro con la gracilidad y la
serenidad y la dulzura de los muertos.
Bueno, esto no se lo digo,
quizá por no decírmelo a mí
mismo,
porque alguno de esos libros
que transporta entre las estanterías
de la eternidad (la eternidad es
una biblioteca
y Borges el bibliotecario) lo
he escrito posiblemente yo.
Eduardo Fraile
Qué homenaje tan hermoso a la oscuridad que se convertía en luz de la boca de José Manuel.
ResponderEliminarGracias, Sandra. Hace mucho que no nos vemos. Un beso muy grande.
EliminarQué homenaje tan hermoso a la oscuridad que se convertía en luz de la boca de José Manuel.
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