Los baúles exhalaban un olor
mezcla de naftalina,
lienzos, madera, tiempo,
melancolía…
Quizá llevaban cerrados largas
décadas
o contenían el ajuar de alguna
de las bisabuelas,
todo bordado con sus iniciales
y que nunca llegaron a estrenar…
Tardes soleadas de sus
infancias dedicadas a labrar
(a hacer labor) para cuando
llegaran a casarse,
y luego se casaban o no (quedarse
para vestir santos,
se decía), pero de cualquier
manera esas sábanas delicadísimas
no se usaban jamás. Quien haya
entrado
en una casa de adobe y de vigas
de madera
con frescor de cántaros y una
colmena en el desván…
Quien haya respirado ese aire
como venido de otra época
y se haya sobrecogido ante el
silencio maravilloso
que habita en su interior, sabe
de lo que hablo.
Porque los baúles olían así, a
eso, a ese misterio
sin resolver, porque nunca se
abrían,
su misión era estar en las
alcobas
quietos, como dormidos,
decididos a esperar
eternidades…
Eduardo Fraile
No hay comentarios:
Publicar un comentario