La mesa de la cocina, de
formica turquesa,
que nos acompañó en todas las
casa (de Madrid
a Valladolid), jaspeada, con un
junquillo negro
alrededor y las patas
metálicas…
La mesa donde estudié, donde
aprendí a dibujar
la forma de las letras (hijo,
déjame
que te lleve la mano), sobre la que dormí
siestas infantiles, donde como
ahora, en soledad monacal. La
mesa
de la cocina, que me ha visto
crecer, irme yendo,
volver, permanecer, añorar el
amor
perdido, esperar a la que ha de
venir
por su pie, paso a paso, la
mesa
con dos sillas apenas (que una
vez fueron cuatro
o quizá seis, quién sabe ya),
como creyendo ella misma
con mi fe…
Eduardo Fraile
Querido Eduardo:
ResponderEliminarVengo a decirte, aunque ya lo sabes, que me encanta leerte también aquí.
En el mismo paquete te envío un abrazo y unos besos.
Manuela
Gracias, Manuela. Besos para ti.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGRACIAS EDUARDO , POR FIN PUEDO HACER ALGO CONTIGO. UN ABRAZO
ResponderEliminarUn gran abrazo, Luis. Hace mucho que no nos vemos. No dudes en llamarme cuando vengas por Valladolid. ¡Hasta pronto!
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