Te veo ir a lavar al río, con
la banca
y la tabla ondulada y un
barreño de zinc lleno de ropa.
Te veo yendo al río conmigo de
la mano
o llevándote el cantero de
jabón
Lagarto, como esos que ahora me
compro en los bazares de los chinos.
Te veo arrodillada, como orando
a la corriente,
como rezándole al agua con las
otras mujeres
de Castrodeza. Te veo unirte a
ellas los veranos
cuando dejábamos Madrid (en
Madrid había lavadoras,
hermosas lavadoras cilíndricas
con tapa). Te veo retorcer,
aclarar, tender la ropa sobre
los cardos de las eras
con delicadeza infinita. Te veo
hacerte niña,
cuando lavabas en invierno con
las manos llenas de sabañones,
llorando de dolor. Y te veo
lavar en el río cantando,
cantándome una canción en la
que había un castillo
cayéndose, y al que sostenían
una pulga y un piojo.
Bueno, en realidad la letra
decía ‘un piejo’:
El castillo de Torre se está
cayendo
una pulga y un piejo le están
teniendo…
Eduardo Fraile
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