Cierra la Casa del bacalao, el
último
templo de los ultramarinos de
Valladolid. Una parte
de mi niñez estaba allí, entre
las latas de bonito,
las botellas de aceite y los
sacos de legumbres. Incluso el chocolate
de Vezdemarbán, que yo creía
extinto
permanecía allí, como esas
reservas de semillas
que se custodian en las cámaras
acorazadas
de los bancos, por si un día
todo desaparece
sobre la faz de la Tierra… Los
barriles de sardinas arenques
y el mostrador de mármol,
atestado de bacaladas
de Terranova… La única tienda
de Valladolid
(incluidas las librerías) que
hizo un escaparate con mis libros
fue Alimentación Heras,
Ultramarinos Heras,
La Casa del Bacalao. Parece irónico,
mis libros entre quesos y
licores, alimentándose
de miel y de conservas, de
cacao y de sal. Yo iba
todas las navidades allí, a
comprar el bacalao para las cenas
de Nochebuena y Nochevieja.
Primero de la mano
de mi madre y luego solo. Ahora
mis pasos errarán sin encontrar
la casa, la esquina y el olor…
Seré un perro husmeando
la salazón, siguiendo un rastro
antiguo
que se remonta a mi infancia.
Pero esa infancia también es ya
poema,
páginas de mis libros con que
un niño hace barcos
y aviones de papel…
Eduardo Fraile
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