Ha muerto José Luis Castillejo
en Houston (Texas) donde vivía con Kathleen, su mujer americana a la que
dibujaba Kas, la inicial de su nombre (la editorial El Gato Gris
publicó una preciosa selección de este trabajo en 2013). Busco en la prensa nacional
y ninguno de los periódicos recoge la noticia. La poesía experimental está de
luto por el autor del libro de las íes. “The Book of i´s”, Londres, 1969,
con una segunda edición en Alemania. Diplomático español, conjugó el mundo de
las embajadas con su pasión iconoclasta, con su inquietud por la búsqueda de
nuevos modos de expresión al calor de la revisitación de las Vanguardias en los
años 60 y 70 del pasado siglo. Su “La caída del avión en el terreno baldío” aún
sigue emitiendo señales de socorro, inaudibles para nuestra desdichada
sociedad. Formó parte de la aventura del grupo ZAJ, de la escritura N.O.,
y desde Washington, Londres y Frankfur (o Stuttgart, quizá, no recuerdo ahora
dónde estaba la galería de arte que custodia su producción de entonces) irradió y financió numerosas propuestas, ya sólo
suyas o de compañeros de generación, como Felipe Bosso, Juan Hidalgo, Esther
Ferrer, Walter Marchetti, nombres que hoy nos resultan mucho menos resonantes
de lo que deberían.
Recuerdo mi descubrimiento del Libro de las íes en
casa de Francisco Pino. Me enseñó ese ejemplar magnífico que contiene en sí la
inquietud, la sorpresa, el desasosiego y la maravilla de todas las búsquedas
desesperadas. Lo puso delante de mí, sobre una ménsula de su biblioteca, y me dijo:
Ábrelo. Desde entonces nada es lo mismo, e incluso de lo mismo (la
realidad) puede uno afirmar con conocimiento de causa que no es nada. A
Castillejo le conocí personalmente en 2002 o 2003, era mayo y Madrid había
conseguido una de esas mañanas netamente velazqueñas. Alfonso Gradolí me
acompañaba a su piso del Paseo de la Habana (seguía viniendo a España unas
semanas al año, para confesarse con Hacienda). Nos había citado a las 12:30 en
punto. No había que hacer esperar al señor embajador, tan elegante, tan
cosmopolita, tan educado y tan afable como me le había imaginado. Gradolí me previno por teléfono, sabiendo que venía
de viaje y quizá con ropa excesivamente informal:
―Ponte
zapatos.
Eduardo Fraile
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