Cada cual lucha con sus armas:
una lasca de sílex o la más sofisticada criatura de última generación (sea esto
lo que fuere). Don Quijote levanta su espada ya con moho y orín cuando decide
hacerse caballero andante. Su creador, el soldado Miguel de Cervantes, usa una
pluma de ganso que va mojando en tinta en un tintero de cerámica de Talavera.
Cada cual lucha con las armas que ha elegido (o que le han elegido a él). Mis
armas son mis máquinas de escribir. Tengo muchas, más de 100, alguna no sabría
cómo ha hecho para llegar a mí. Otras las he comprado en el Rastro, o me las
han regalado los amigos que decidieron un día combatir con ordenadores y
tabletas…
Es curioso, mi madre iba a la escuela con su pequeña
pizarra (como esas que ahora se venden en los chinos) y con su pizarrín. Eran
las tablets de entonces… Al fin y al cabo cada cual gasta su vida en
perfeccionar su herramienta, en pulir y limpiar y engrasar y afilar las armas,
esas armas que velamos la noche anterior a ser armados caballeros. Heme aquí,
pues, Caballero de las máquinas de escribir antiguas. Qué belleza. Qué
verdad. Así suena mi voz, así suenan mis palabras. O, mejor dicho, así suena el
lenguaje del Universo en mí, a través de mí. Mis ángeles mecánicos que escriben
solas mis libros mientras duermo…
Eduardo Fraile
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