sábado, 26 de mayo de 2018

Julio Toquero


            Julio Toquero tenía tres o cuatro años menos que yo, lo que a esas edades era como decir que fuésemos de generaciones distintas. Había alquilado un estudio de pintor en la Calle Platerías, y creo que nos presentó su hermana Marycha: ─Tienes que conocer a Julio, os vais a caer genial. Pintaba cuadros entre Dalí y Giorgio de Chirico, esa especie de surrealismo de paisajes oníricos llenos de estatuas griegas y columnas desbaratadas.
       ─Hombre, Julio, sólo te falta titular eso: Esto no es un cuadro de René Magritte.
          Pero una tarde llegué a eso de las 6. Tenía las ventanas abiertas sobre el tráfico de Platerías (entonces, aunque pueda parecer inexplicable, pasaban coches por allí). Ese balcón estaba sobre una mercería, a dos metros de la calle. Y toda la luz daba sobre el cuadro que tenía sobre el caballete. Me quedé boquiabierto. Frescas y sueltas pinceladas, liberadas, por así decir, de todo aquel constreñimiento del dibujo minucioso ─y prodigioso─ que venía haciendo hasta entonces, presentaban una figura vivísima y tristísima, el vivo retrato de la desolación, pero con una fuerza y una ─paradójica─ alegría que no me dejaba articular palabra.
            ─¿Te gusta?
            ─¡Es maravilloso! ¡Éste sí que es tu primer cuadro!
            ─Pues para ti.
            Muchos años después usaría yo ese cuadro ─"El idiota", lo tituló él─ para la portada de mi libro "Retrato de la soledad". Luego tuvo otro estudio en José María Lacort, a igual distancia de La Luna y la casa de su madre, en Fidel Recio, frente al patio del colegio La Salle. Estaba cantado que Julio se marcharía a Madrid, y se fue, pero antes pudimos compartir esos años aurorales y alboreales de nuestras carreras contra la Nada. En 1985 publicamos juntos NOPOEMA, así como para que quedara constancia de que nos queríamos y nos admirábamos mutuamente.
          Una noche, ya serían las 11 u 11 y media, se presentó en La Luna con un cuadro recién pintado ─venía directamente del estudio─ y me lo dijo a bocajarro:
            ─Que me he acordado de que hoy es tu cumpleaños.
Mientras escribo estas palabras lo tengo a mi derecha: un hipopótamo amarillo en una bañera en plata y carbón sobre fondo verde y suelo de baldosas rojas. "Para Eduardo, mi amigo, un hipopótamo". Así dicho es difícil transmitir la magia que conseguía Julio Toquero con aquellas nuevas, directas, fulgurantes pinceladas. Y, enfrente, su escalera en rosa, de la que ya he hablado en otro momento de estas columnas rotas, diseminadas por el campo del recuerdo: en Lisa/1, creo recordar. Querido Julius, espero que estés bien, al recibo de la presente…

Eduardo Fraile

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