sábado, 13 de mayo de 2017

Lo peor

Lo peor de todo era que te dijeran "no te ajunto",
o mejor "ya no te ajunto" . En ese ya, en esa y griega
entraba la hoja del puñal directa al corazón.
Y más, que denotaba que antes sí nos habían ajuntado,
o sea que se trataba de romper, de separar, de sajar los tejidos
de la amistad entre niños. Las niñas todavía no nos interesaban,
a esa edad no se hacían pandillas mixtas. Vamos,
que eran un estorbo. No sabíamos cuánto
anhelaríamos, perseguiríamos, solicitaríamos su compañía
en el futuro. Y a ellas no les diríamos "¿me ajuntas?",
sino cualquier otra cosa menos inocente
ya. (Y en ese ya llegaba la adolescencia
o preadolescencia, como nos decían en las clases
de orientación sexual.) Pero había algo peor
que el peor de los insultos, que la peor de las palabras
(e iríamos aprendiendo que las palabras sí podían matar).
Y era definitivo y perfecto. Sin perdón. Sin remisión.
Ahí sí que no había vuelta atrás:
─Has caído.


Eduardo Fraile

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