sábado, 12 de diciembre de 2015

El escaño

No era éste, éste vino después, cuando murió tío Evaristo
(que en mi memoria tiene los rasgos de Don Quijote)
y la abuela lo trajo de su casa de la calle Los Crespos
y mandó hacer leña del suyo, viejísimo, hermosísimo,
donde comíamos nosotros, donde echábamos la siesta
con los gatos, un mundo
dentro del mundo mayor de la cocina y la despensa,
pero también infinito, pero también perecedero
(o sea, mortal) y por lo tanto susceptible de belleza,
de habitabilidad y de amor… El escaño,
que fue el trono de nuestro reino los primeros veranos
de nuestra vida… Pero éste, extrañamente, sobrevivió a la casa,
al sistema solar donde gravitó nuestra niñez, a la muerte
de los abuelos y a la dispersión y a la transmutación y al olvido…
El escaño, un objeto
poderoso, emblemático, poseedor de la memoria y el tiempo,
puerta y llave a la vez, magdalena de Proust.
Éste y aquél. Donde estoy sentado ahora. Donde escribo.


Eduardo Fraile

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