Aún hoy, ya bien entrada la
década segunda
del siglo XXI, por sorpresa, a
traición, un olor a otro tiempo,
un fortísimo olor casi
medieval, a defensa de castillos
o cosa así, nos asalta: la
brea, el alquitrán,
el betún gordo de restañar las
calles
de la ciudad. Pienso en mi
infancia, la pez
que unos hombres oscuros
extendían casi a mano,
como echando remiendos
al pavimento. Una máquina
locomotora
(que expelía un humo denso e
infernal) muy parecida
a las de los trenes de carbón,
producía esa lava
negrísima. Y nos tapábamos con
fuerza la nariz
para no envenenarnos con esas
tufaradas
benditas, que hoy nos devuelven
de nuevo aquellos días
resucitados. Qué magdalenas
insólitas
de Proust produce nuestra
ciudad. Aquí estoy, respirando
a pleno pulmón el aire infecto,
maravilloso y letal
del Paraíso.
Eduardo Fraile
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