Quizá fuimos crueles
(inconscientemente crueles) con los animales
de
niños. Aunque me recuerdo más protegiéndolos
de
la crueldad de nuestros primos, que tenían carabinas
para
cazar pájaros. Sí que fui pescador (con esas cañas
que
hacíamos con una zarza o un varal de mimbre
de
los mimbreros del Camino de Wamba). Tardes enteras
para
coger medio junco de peces
que
luego nos freían nuestras madres
para
cenar. Según vamos haciéndonos mayores
aprendemos
─quizás─ a ser hermanos suyos:
de
los animales (es decir, que son seres con ánima,
como
nosotros). De hecho, si hago balance de mi vida,
creo
que me he entendido mejor con ellos que con los humanos.
Y,
luego, que si miramos bien, hemos sido ellos
(o
lo seremos) en sucesivas vidas. Ved los pájaros,
los
felinos, los cánidos, los reptiles, los bóvidos…
los
equinos, los insectos, las ratas, en las cabezas de nuestros conciudadanos…
O
a lo mejor por eso somos/hemos sido malos con ellos una vez:
porque
son nosotros.
Eduardo Fraile
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