En
el selfie más bello del mundo hay un mastín
serenamente
humano, que soporta con ecuanimidad las travesuras de un niño.
En
el selfie más bello del mundo hay una enana
que
hace una seña a un rey (que está posando
para
un pintor, y queda fuera de campo,
pero
a quien vemos reflejado en un espejo), recordándole
que
se deben ya tres años de salarios…
En
el selfie más bello del mundo la luz viene de la calle
a
ver la escena, y a través de una puerta de madera entreabierta
también
se asoma desde el interior del alcázar.
En
el selfie más bello del mundo hay una niña
(que
es la hija de ese rey) que parece flotar en el polvo del aire
de
la estancia.
En
el selfie más bello del mundo, sus dos damas
de
honor le ofrecen una jícara de agua o quizá de chocolate,
pues
es la hora de la merienda.
En
el selfie más bello de todos los tiempos, el pintor,
que
nos mira a los ojos desde el siglo XVII, congela para siempre este instante…
y
lo dispara contra la eternidad.
Eduardo Fraile
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