—Si
te das cuenta, en esta calle hay una imprenta, una editorial y una librería. Es
perfecta para ti.
—Y
también un convento de monjas y dos colegios… Para tu época mística te podría
valer.
—Ya,
pero ahora creo que debo volar en el Concorde.
—A
tu pequeño planeta. Pero vamos juntos, ¿no?
—¡A
ver! Tú y yo somos uno.
—¡Uf!
Menos mal. Parecía que querías dejarme aquí, desangelado.
—¿Cómo
podría? Tú has despertado todo esto. Mi volcán interior. Mi flor, que ya no está
mustia sino rozagante y rorante y ronroneante, si se puede decir ronroneante de
una flor, señor gatuno.
—Sí
se puede. Se puede todo. Una bella metáfora, la flor que ronronea. ¿Qué más he
despertado en ti?
—Mis
alas. Todo vuela dentro de mí desde que te conozco.
—Eres
el ángel, la virgen y la golondrina, en el cuadro de la Anunciación.
—Y
tú eres el pintor y eres el poeta.
—Yo
soy Tuyo.
—Tú
eres mi Señor.
—Oye,
da gusto discutir contigo.
—¡Pues
espérate, que ahora vamos a llegar a las manos!
Eduardo Fraile
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