I
Luego,
tras esos días de silencio espesísimo
(de
hueco, de orfandad, de vaciamiento, de desposesión)
posteriores
a la partida de las golondrinas,
había
una mañana o una tarde un susto
del
aire, un vuelco al corazón, un repentino
y
familiar dicharacheo de chilliditines…
Y
la alegría nos ahogaba (o nos embargaba)
de
nuevo… Habían regresado,
¿por
qué razón? Y le dábamos vueltas esa noche
o
esas dos noches en que volvían a tomar posesión de sus nidos.
¿O
quizá ya eran otras golondrinas más septentrionales
que
hacían un pequeño descanso en Castrodeza
para
reponer fuerzas?
II
Y
era lo más probable, de Inglaterra, quizá
procederían,
y hacían noche en unos nidos castellanos,
de
adobe candeal, antes de sumirse por el embudo del estrecho
de
Gibraltar que las vaciaría en los confines de Sudáfrica:
en
el estrecho de Magallanes.
Porque
no contestaban a nuestros reclamos
apenas,
como atareadas y embebidas en su insensata misión,
reconcentradas
y económicas,
viajeras
en
ruta hacia una nueva primavera…
Eduardo Fraile