sábado, 25 de junio de 2016

Ningún junio tan ellas

Ningún año como éste, ningún junio tan ellas,
ninguna vez tan íntima, tan desatinadamente alegres
cuando me ven, cuando vuelvo
de la ciudad, al irme,
al cerrar, al abrir la puerta con la llave
grande, de forja, de herrero, el señor Pablo
quizá, cuya fragua lindaba con la casa de la abuela
Evarista, el eterno verano de nuestra niñez…

Ningún junio tan ellas saludándome,
diciendo adiós, exultantes, perdidas cada vez
en los revoloteos del profundo dolor
del gozo sin medida…

Ningún junio tan ellas,
ningún ellas tan yo.

Eduardo Fraile

sábado, 18 de junio de 2016

Km. 0

           El kilómetro cero de mi corazón es la sala ovalada del Museo del Prado donde están las Meninas de Velázquez.
         Cuando regreso a Madrid, cuando vuelvo de otras ciudades donde la vida me ha desterrado, mis pasos se encaminan sin querer hacia el Retiro, hacia el Jardín Botánico, hacia la Real Academia, hacia la cuesta de Moyano, hacia el Prado… Hay un imán que tira de mí hacia ese sur bendito de Madrid, y me dejo llevar (y me dejo rodar) como una canica de cristal irisado que sólo se detiene en esa sala… Y ya no hay otra luz y otro aire sino los que salen del estudio del pintor…
           Y noto que estoy en casa.


Eduardo Fraile

sábado, 11 de junio de 2016

La casa nueva II

            Creo que aquella inaplacable sensación de zozobra, y de angustia, como de ir en un barco por el mar de la noche, no se aquietó hasta el amanecer. Los armarios sin montar, la ropa en cajas que impedían el paso, los golpes de los albañiles en la escalera, pues aún no estaban rematadas las obras… La ciudad nueva que amanecía con ruidos nuevos, el tráfico de la calle de las Industrias, el traqueteo de las vías del tren cuando pasaban los mercancías, la voceadora de periódicos: ¡El Norte! ¡El Diario! ¡Libertad! Empezábamos el día como estorbando y todo nos rechazaba. Mi padre nos llevó a los columpios de la plaza de San Juan, pero ese malestar no desaparecería hasta mucho después, días, años quizá. O quizá dure hasta hoy. Cuando vuelvo a Madrid noto que soy de allí, que esa luz y ese aire me reconfortan, me serenan… Pero había que aclimatarse cuanto antes, porque el curso empezaba ya el lunes siguiente. Valladolid, qué difícil era todo en ti, junto al horrible Esgueva que hoy es un río limpio y coqueto (de hecho, aquí siempre hemos dicho La Esgueva…), junto al Pisuerga grande lleno de ahogados que sacaba el Catarro con sus extrañas pértigas… Quizá en el futuro pasearía por sus aguas en barca junto a alguna señorita, pero de momento no parecía que remar fuera lo mío, que estaba mareado desde que nos instalamos en la casa nueva. Quizás en el futuro me sentaría en esta silla y escribiría en mis cuadernos (de bitácora) el diario de mi corazón…


Eduardo Fraile

sábado, 4 de junio de 2016

Dámaso Alonso

          Pienso en Dámaso Alonso, enorme poeta en sus ensayos sobre la poesía de los demás, y mucho más pequeño en la suya propia, como acobardándose quizá ante aquellas cumbres que estudiaba, que escalaba, llenándose los pulmones del aire más puro, aire con cristales de hielo de los neveros del Guadarrama, o de su jardincillo en Chamartín de la Rosa, que entonces era un pueblecito abierto al viento norte de Madrid.
         San Juan de la Cruz, Góngora, Garcilaso, Fray Luis, Lope de Vega, Quevedo… ¿Cómo alguien que vuela tan alto con alas tomadas en préstamo, cómo alguien que nos hace ver la luz en las recónditas oscuridades gongorinas no se eleva en sus títulos de poeta, no brilla como en su prosa entusiasmada?
          Encuentro por 1 euro "La poesía de San Juan de la Cruz (desde esta ladera)", Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Antonio de Nebrija, Madrid, 1942. Desde esta ladera, acota el mejor de nuestros críticos, de nuestros estudiosos. Desde este lado humano, tan pobre que forzosamente ha de estrellarse contra el muro ingente, con la puerta cerrada que sella el prodigio intangible de lo poético, infinitamente más cerrada aquí e impenetrable, pues no son sino operaciones divinas lo que se encierra detrás.
        "Nos queda la nostalgia ¡Desoladora nostalgia del que quiere entrever los prados altos y ocultos! Desde la ladera del otero, mientras en el fondo del valle las monstruosas fuerzas del odio se afanan en la destrucción, ¡qué deseo de volvernos al amor que salva y, con San Juan de la Cruz, abandonar nuestro cuidado entre las rosas, entre las azucenas!"


Eduardo Fraile