viernes, 24 de abril de 2015

La mesa de la cocina



La mesa de la cocina, de formica turquesa,
que nos acompañó en todas las casa (de Madrid
a Valladolid), jaspeada, con un junquillo negro
alrededor y las patas metálicas…
La mesa donde estudié, donde aprendí a dibujar
la forma de las letras (hijo, déjame
que te lleve la mano), sobre la que dormí
siestas infantiles, donde como
ahora, en soledad monacal. La mesa
de la cocina, que me ha visto crecer, irme yendo,
volver, permanecer, añorar el amor
perdido, esperar a la que ha de venir
por su pie, paso a paso, la mesa
con dos sillas apenas (que una vez fueron cuatro
o quizá seis, quién sabe ya), como creyendo ella misma
con mi fe…

Eduardo Fraile

viernes, 17 de abril de 2015

La pradera



Íbamos a jugar a la pradera, una inmensa extensión
de verdura que comenzaba al otro lado de las vías
del tren. Hoy todo eso es el barrio de los Pajarillos:
Tórtola, Mirlo, Periquito, Cigüeña, Pavo real…
calles insólitas que tienen menos edad que nuestra infancia,
que brotaron de los solares de nuestro corazón
escolar. Un montón de carteras
abandonadas mientras nos inventábamos recorridos por la selva
o preparábamos incursiones hasta el páramo de San Isidro,
donde vivían los gitanos. Si se jugaba un marianete
esas carteras, en dos montones, señalaban los postes de la portería.
Hoy he vuelto a ese lugar. Los gitanos hace décadas
que levantaron sus campamentos de chabolas. Si estuvieran allí,
el olor de sus hogueras incesantes convocaría a esos niños
que fuimos. Que se perdieron jugando al escondite.
Que siguen escondidos todavía, esperando que nuestro yo actual
los rescate.

Eduardo Fraile

viernes, 10 de abril de 2015

Calle Porvenir II




Tras unas puertas traseras de la calle Porvenir nos esperaba,
como un niño travieso que se escondiera para darnos un susto, el olor
a manzanas en fermentación: la fábrica
de sidra. Y acelerábamos el paso para no marearnos
con aquella tufarada o vaharada de alcohol, que bien se veía con sólo respirarla
lo que podía hacernos. Pero ése era el camino más corto
hasta la plaza de los Vadillos y la Esgueva,
el río femenino de nuestra ciudad. Corríamos
un trecho hasta la chatarrería
junto a las vías del tren. Ese tren que habría de llevarse a mi hermano,
pero entonces éramos niños, que es como decir que nada sabíamos del país del Futuro,
ni nos importaba, plenos de presente, completos, absolutos…
Eternos. Quizás un día unos ángeles con rizos
anaranjados y palabras francesas nos convertirían en humanos y nos romperían
el corazón al irse, y nos haríamos mayores
a fuerza de añorarlas: Esa expulsión, esa caída en el Tiempo
(porque en el Paraíso no lo hay), ese convertirnos en mortales,
en vulnerables, en efímeros,
ese irnos desleyendo en el Pasado. Pero aún (porque esto sucedió el invierno
de la Gran Nevada) todavía no sabíamos qué podían hacer el espacio y el tiempo
dentro de nuestro corazón. Teníamos nueve años,
cruzábamos las vías y ahí comenzaba nuestro territorio de juegos, la pradera,
donde no tardando mucho surgiría el barrio de los Pajarillos…

Eduardo Fraile

sábado, 4 de abril de 2015

Poemas manuscritos sobre lienzo



Todo texto escrito, visto desde su materialidad, no deja de ser un objeto plástico. Antes aún de desvelarnos su significado, ese texto nos ofrece su forma como un primer acercamiento. Incluso cuando esa forma es más pura, es decir, menos consciente, menos intencionada, su presencia visual antecede y predispone su aceptación semántica, su comprensión, su lectura.
Una palabra es una pintura abstracta, nos dice Pierre Garnier. Cada página puede ser apreciada en su dibujo formal, y eso es lo primero que llama a la puerta de los ojos, la composición tipográfica del texto, o si es un manuscrito, la impregnación que esas líneas conservan y nos transmiten de su autor. Como si esa voz nos estuviera hablando personalmente.
La poesía visual, el caligrama, el experimentalismo vanguardista que abandera la poesía en varias fases del siglo XX y afianza su entrada en el XXI, opera sobre todo en la forma, en el significante, y potencia esos aspectos plásticos que constituyen un lenguaje común y que no necesita traducción, como sí la necesita el orbe de los significados.
Ese tratamiento del poema ensancha el ámbito de lo estrictamente literario, buscando y descubriendo intersecciones con otras artes, de la que salen enriquecidas todas ellas. Como autor he practicado mucho esta exploración, pues la entiendo más como deslumbramiento que como conquista.
En el presente caso no se busca esto ni siquiera. Simplemente (complejamente) los poemas visten de manuscrito en vez de hacerlo de confección, pero ya esta mínima ostentación de lo manual nos introduce con calidez en la casa del poema, y de la mano ―en este caso de su puño y letra― del propio autor.
Bueno, que os invito a mi exposición «Poemas manuscritos sobre lienzo» en el Teatro Zorrilla de Valladolid, del 9 de abril al 3 de mayo.

Eduardo Fraile